domingo, 25 de enero de 2009

¿Digital o analógico?

Pierre-Auguste Renoir - La Senna ad Argenteuil 
Hace más o menos un mes, visité la exposición "Von Manet bis Renoir. Schätze französischer Malerei aus dem Musée du Petit Palais, Genf" en la que se exponen obras menores de artistas, sobre todo franceses, pertenecientes a los grandes "ismos" de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
He de confesar que soy más bien lerdo en lo que a apreciación de la pintura se refiere y que no me prodigo en visitas a los museos. Siempre he tenido un sentimiento extraño en las salas de exposición. Por un lado, el orgullo de participar en la cultura, es decir, ser culto e intelectual por el simple hecho de estar en un museo; la satisfacción de mirar por encima del hombro a mis colegas y contestar a la eterna pregunta del lunes: "¿Ayer?...Ayer estuve visitando la exposición X en el museo Y. No os la podéis perder."; o ese irracional sentimiento de posteridad (Cuando has visto "Las Meninas" de Velázquez y por ese simple hecho puedes coserte en tu imaginario jubón una imaginaria Cruz de la Orden de Santiago). Por otra parte, como la mayoría de las exposiciones que he visitado eran retrospectivas de un autor o movimiento, me asaltaba la idea de artificio, de conformismo, de falta de sinceridad al reunir una antología de obras que tiene ninguna o poca relación entre si salvo, en el mejor de los casos, el pertenecer a la imaginación del mismo autor o grupo de autores. La consciencia de estos sentimientos terminaba en una sensación trágica o, cuando menos negativa, al reconocer mi corazón rebelde a mi subconsciente pequeñoburgués como autor de estos crímenes.
Pero todo cambió al ver un cuadro de Tamara de Lempicka, llamado "Perspektiven/2 Freundinen". El cuadro está colocado en el fondo de la sala de exposiciones. Nada más entrar, se ve al fondo, sugerente y borroso. A medida que te vas acercando puedes apreciar más y más detalles: las formas geométricas de las mujeres, la babel cubista del fondo, los tonos oscuros que parecen atrapar la luz y el color del resto de los cuadros,...
Y entonces lo comprendí. Entonces se encendió en mi interior la proverbial luz y me iluminó, eliminando cualquier tipo de sombra. El cuadro es bello. Por eso y solo por eso está ahí. Lo miré desde diferentes puntos de vista, de cerca, de lejos, de refilón,... Al salir de la exposición pensé en comprarme el catálogo pero mis finanzas solo alcanzaron para una postal del cuadro. Nada. La luz no estaba ahí. El formato no era el correcto. Lo mismo me ocurre al mirar el catálogo, la reproducción del cuadro en internet. Nada. No hay luz.
Hace unos días, El País publicó a bombo y platillo que Google Earth ofrece una visión única de 14 obras maestras del Museo del Prado. del tenor del artículo, parece desprenderse que la visión de estas obras en el monitor de nuestro ordenador es una experiencia que supera, gracias a la detallada reproducción de las obras, la observación a simple vista y entre codazos que puede hacerse en el propio museo.
No he querido mirar los cuadros. Sé que no tendrán la luz que sus autores le imbuyeron.
No hay nada que se pueda comparar a la vivencia de disfrutar de una obra en el formato original para el que fue pensada. Las películas deben verse en pantalla grande y de un tirón. El jazz no es lo mismo si no ves las contorsiones del saxofonista y el sudor del batería. Ninguna foto o proyección 3D del Sacré Cœur puede compararse a la visita del templo.
Disfruta de las obras de los demás respetando la voluntad de su creador, dejando que sea la obra en si misma la que se presente ante ti y te seduzca, sin tacharla de tu lista de cosas que tienes que ver antes de morir, porque esas listas son, siempre, ridículas.

La única verdad es la realidad.
(Aristóteles)

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