miércoles, 10 de mayo de 2006

La felicidad viaja en tren


Hace poco me encontré sentado en un tren camino de mi casa y rodeado de viejecitas mayores de 70 años. Era una tarde de mayo, el sol brillaba en el cielo alemán. Internamente, me admiraba de la maravillosa mezcla de colores de los bosques germanos. De forma inconsciente, comencé a escuchar la conversación de la ancianas que, entre pedazos de manzana cortada con una navaja del ejercito suizo, comentaban el transcurso del día.
Poco a poco, fui escuchando cada vez con más atención. Una rápida ojeada a su billete, en todo momento preparado por si llegaba el revisor, me reveló que procedían de Sachsen-Anhalt. Pese a la evidencia de su edad, se movían con la gracia y elegancia que da una vida de ejercicio físico. Pero lo que me fascinó fue el contenido de su conversación. Habían pasado un día de visita en Erfurt, no demasiado lejos de Sachsen, pero tampoco cerca, y comentaban que era lo que más les había gustado. Por turno, cada una fue haciendo sus apreciaciones, sin largas enumeraciones, y las demás asentían calladamente. En ese momento tuve la certeza de que aquellas tres señoras eran en ese momento felices. Habían compartido un bonito día, y ahora compartían las sensaciones que la visita les había producido. Sin aspavientos, sin la arrogancia del turista que acumula monumentos, sin pretensiones. Tan solo una sincera comunicación de pareceres que era respetada por el resto. La curiosidad que demostraban, el respeto por las opiniones de los demás y la actividad que denotaban sus miradas me hizo albergar la esperanza de que algún día yo también podré ser feliz, más allá de las pasiones y deseos, simplemente aceptando a los demás como son, sin juicios o expectativas.

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