lunes, 30 de mayo de 2005

Como no sabía que era imposible,...

Cierto día de 1939, el recientemente fallecido matemático George Dantzig, entonces estudiante en la Universidad de Berkeley, llegó tarde a una de las lecciones de estadística y, como un alumno aplicado, anotó en su cuaderno las dos ecuaciones escritas en el encerado del aula ya vacía, creyendo que eran parte de las tareas de la clase. Después de varios días de árduo trabajo, presentó a su profesor los problemas estadísticos resueltos, junto con una disculpa por haber tardado tanto en llegar a la solución corecta.

Lo que Dantzig ignoraba, y no lo supo hasta semanas después, cuando su profesor le sugirió la publicación de su trabajo, era que ambas ecuaciones no eran sino ejemplos de problemas estadísticos sin solución hasta entonces.

Esta historia sugiere que, probablemente, nuestro mayor obstaculo para conseguir lo que queremos somos nosotros mismos. Nuestros prejuicios, que pueden ser fruto tanto de nuestra educación como de nuestra propia experiencia, nos impiden alcanzar los niveles de satisfacción o rendimiento que nuestras facultades y las posibilidades de nuestro entorno, realmente nos permitirían, si no estuviesen lastradas por NUESTRA visión de la realidad.

Probablemente ninguno de los compañeros de Dantzig se molestó en comprobar si los "irresolubles problemas" señalados por su profesor eran tales. Es más, probablemente el propio Dantzig no hubiese pensado más de dos veces en ellos, partiendo del "hecho" de que habían sido sancionados como irresolubles por la comunidad científica. Es de suponer que todos los compañeros de Dantzig tenían los conocimientos necesarios para resolver las ecuaciones, pero tan sólo él se acercó a ellas con la mente limpia de prejuicios.

Para solucionar cualquier problema, debemos liberarnos primero de cualquier idea que dicte como "DEBERÍA SER" la solución, a fin de poder conocer cual realmente "ES" la misma. Cuando nos ocupamos por adelantado de como deberían ser los resultados de nuestras acciones, desviamos hacia ninguna parte los recursos que necesitamos para su consecución, como un bailarín que cuenta sus pasos desoyendo el sentimiento de la música. Debemos dejar de lado nuestras ideas preconcebidas sobre las cosas y las personas y tratar de conocer la realidad como realmente es, no como nos la han enseñado o nos la imaginamos.

"El hombre de buena voluntad no debe tener formulas", Jiddu Krishnamurti.

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