Repugnancia

¿Cuántas veces hemos sentido esa sensación cuando alguien ha tocado nuestras cosas o a nosotros mismos? Un olor extraño en nuestra toalla, en nuestra ropa o en nuestra propia piel. Cuanto más íntimo es el objeto utilizado por manos ajenas, más fuerte es ese sentimiento de rechazo e incluso de asco.
Afortunadamente, podemos lavar nuestra ropa, nuestras toallas, incluso nuestra piel y sustituir ese olor extraño por el aroma de los pinos o perfume de lavanda. Pero... ¿y las cosas que no podemos lavar? Un libro, un instrumento, un diario,... Entonces, solo nos queda esperar a que ese olor, esa sensación, ese sentimiento desaparezcan por efecto del tiempo, o lo que es lo mismo, del olvido.
Existe, sin embargo, otro tipo de repugnancia que no es meramente física. Es aquella que nos provoca la intromisión de otras personas, bien extrañas o conocidas, en partes de nuestra vida que deberían estas cerradas para ellos. Cuando alguien "pone sus manos" en nuestros sentimientos, deja siempre una huella que es difícil de borrar. Así, por ejemplo, cuando un extraño o conocido se inmiscuye en una relación de pareja, en una amistad, en un proyecto, nos provoca esa sensación de repugnancia, no solo hacia el entrometido, sino también hacia el sujeto u objeto de nuestros deseos, sentimientos, ambiciones, esperanzas, etc. En alemán se utiliza la expresión "versauern", amargar, para expresar este sentimiento. Por ello, hemos de ser cuidadosos a la hora de opinar, hablar o cotillear sobre las vidas de lo demás, porque cualquier tipo de observación puede dejar una huella imborrable en las vidas ajenas.
"El aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tormenta en Nueva York".
Edward Lorenz