
Según la leyenda, los antiguos celtas enterraban a sus muertos con una bellota en la boca. Si sus dioses aceptaban al difunto, lo honraban con un alto roble, recto y robusto, que se convertiría punto de encuentro de los orgullosos familiares y descendientes. Si, por el contrario, el arbol no crecía, la tumba y el muerto eran olvidados para siempre.
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